Ahora que al alcalde de León se le ha metido entre ceja y ceja derribar la fuente de Santo Domingo viene muy bien hablar de una de sus muchas compañeras a lo largo y ancho de España. Quizá el lugar con más magia de Barcelona. A pesar de que el centro mágico por excelencia sea la montaña de Montserrat, con sus expediciones nazis, sus objetos sagrados ocultos y todas sus fabulosas leyendas y legendarias fábulas a cuestas.
Montjuic tiene magia de la de verdad, de la que se te cuela por los sentidos y te impregna, de la que te hace volar y evadirte, de la que te hace escapar a miles de kilómetros aunque en ese momento no quieras estar en ningún otro sitio que no sea allí, sentado en la pradera observando el espectáculo de luces al son de la música que se te ofrece.
Porque las fuentes de Montjuic son eso, entre otras cosas. Una construcción majestuosa e imperial, diversas fuentes a diferentes alturas; cada una de ellas bella por si misma y envolventes en su conjunto. Una cima desde la que se atisba Barcelona, orgullosa y desafiante, con la Torre Agbar, ese pirulo colorido y gigante. Tan gigante y colorido que sirve para que su dueño pueda gritar aquello que lleva decenios soñando con vociferar al resto de España: “la mía es más grande”.
Y por fin está el espectáculo, el de la fuente principal, la más baja. Espectáculo veraniego, luz, color, sonido, agua, música, gente…magia. Juego de luces mezclado con agua y música clásica O bandas sonoras de películas. Un escenario perfecto para cenar al raso, para una Damm en compañía. Un contexto inmejorable para el sueño de una noche de verano.
Montjuic tiene magia de la de verdad, de la que se te cuela por los sentidos y te impregna, de la que te hace volar y evadirte, de la que te hace escapar a miles de kilómetros aunque en ese momento no quieras estar en ningún otro sitio que no sea allí, sentado en la pradera observando el espectáculo de luces al son de la música que se te ofrece.
Porque las fuentes de Montjuic son eso, entre otras cosas. Una construcción majestuosa e imperial, diversas fuentes a diferentes alturas; cada una de ellas bella por si misma y envolventes en su conjunto. Una cima desde la que se atisba Barcelona, orgullosa y desafiante, con la Torre Agbar, ese pirulo colorido y gigante. Tan gigante y colorido que sirve para que su dueño pueda gritar aquello que lleva decenios soñando con vociferar al resto de España: “la mía es más grande”.
Y por fin está el espectáculo, el de la fuente principal, la más baja. Espectáculo veraniego, luz, color, sonido, agua, música, gente…magia. Juego de luces mezclado con agua y música clásica O bandas sonoras de películas. Un escenario perfecto para cenar al raso, para una Damm en compañía. Un contexto inmejorable para el sueño de una noche de verano.